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domingo, 14 de octubre de 2012

Padres Ejemplares


Padres ejemplares (La primera condición para educar correctamente)




Los niños tienden a imitar las actitudes de los adultos, en especial de los que quieren o admiran. En concreto, jamás pierden de vista a los padres, los observan de continuo, sobre todo en los primeros años. Ven también cuando no miran y escuchan incluso cuando están o parecen estar super-ocupados jugando. Poseen una especie de radar, que intercepta todos los actos y las palabras de su entorno.

    ¡Qué más quisiera yo que ser una madre ejemplar
    A mí ser madre me ha convertido en madre, pero de ahí a que me haya convertido en “ejemplar”, va un abismo. Soy más bien, “madre de andar por casa”.

    Pero vamos, que no soy la única. Miro a los matrimonios amigos y son buena gente, pero de eso a “padres ejemplares”… Son más bien, “padres de andar por casa”.

   Sólo se refiere al ejemplo de cada uno para con sus hijos. A lo mejor es que ser padres ejemplares no es ser “padres técnicamente perfectos”. A lo mejor es algo al alcance de cualquier padre de andar por casa. Conociendo a Tomás, no me extrañaría.

    Voy a seguir leyendo… muy buenas las citas. Me ha gustado eso de que la justicia sin misericordia se convierte en crueldad o también que lo que forma el carácter de un  niño o una niña es lo que aprendieron a amar y admirar de pequeños. Me da qué pensar.

    … Voy por la mitad y aún no sé cómo convertirme en madre ejemplar. Ahora encuentro unas ideas que los padres de andar por casa aplicamos sin saber que nos están convirtiendo en “ejemplares”. O sea, que no es tan difícil.

    El punto 4 se titula así: “Para ser padres ejemplares”. Y en efecto, ¡aquí lo dice! No es nada grandilocuente ni aparatoso. Parece hasta fácil y, en mi caso concreto, voy a dar más de una alegría. ¡Genial!

1. «Primum vivere…»: más enseña la vida que cualquier teoría

    Los niños tienden a imitar las actitudes de los adultos, en especial de los que quieren o admiran. En concreto, jamás pierden de vista a los padres, los observan de continuo, sobre todo en los primeros años. Ven también cuando no miran y escuchan incluso cuando están o parecen estar super-ocupados jugando. Poseen una especie de radar, que intercepta todos los actos y las palabras de su entorno.

    Por todo lo anterior, escribe Javier Salinas que educar no consiste en acumular conocimientos, sino más bien en ayudar a desarrollar armónicamente las dimensiones que cualifican a la persona. Y esto supone sobre todo la presencia eficaz de auténticos educadores: de alguien a quien imitar, con quien confrontarse, y que, por su manera de vivir, ofrezca estímulos para alcanzar la meta de la educación, que es el ejercicio de la libertad y la voluntad de comprometerse con aquello que es bueno, noble y justo.
    A lo que añade de inmediato: «Por otra parte, no hay que olvidar que la educación es fundamentalmente imitación, conocimiento de valores y repetición de aquellas formas de comportamiento que hacen excelente a la persona».

    Afirmación que se acerca bastante a lo que aseguraba John Stuart Mill: «Lo que forma el carácter no es lo que un niño o una niña pueden repetir de memoria, sino lo que ellos aprendieron a amar y admirar».

2. Coherencia eficaz…

    Además, el ejemplo posee un insustituible valor pedagógico, de incitación, de confirmación y de ánimo:

      a) No hay mejor modo de enseñar a un niño a tirarse al agua que hacerlo con él o antes que él.

      b) E igualmente a comer de todo, a poner y quitar la mesa, el lavavajillas, a ordenar su cuarto para que los demás estén más cómodos, a ir al supermercado…

      c) A mantener en el hogar un tono de corrección, en el vestir y en el hablar, pongo por caso, también para hacer más agradable la vida a los demás, que disfrutan con nuestro buen aspecto.

      d) A controlar los enfados y las rabietas, a no volcar su mal humor sobre el primero que encuentre en su camino, a estar más pendiente de sus hermanos que de sí mismo, etc.

    Todo esto lo aprenden los chicos, desde muy pronto, observando la manera cómo los padres se tratan entre sí y, derivadamente, el modo cómo tratan a los demás, incluidos ellos mismos (los hijos). Y según lo que vean, adoptarán un tenor de vida u otro: no sólo ni principalmente con sus padres, sino con todos aquellos con quienes se relacionen y, muy en particular, con sus hermanos más próximos.

    3. O ineficacia, e incluso daño

    En el extremo opuesto, junto con la falta de amor recíproco —esposo-esposa—, la incongruencia entre lo que se aconseja y lo que se vive es el mayor mal que un padre o una madre pueden infligir a sus hijos.

    Cosa que ocurre, sobre todo, a determinadas edades —la adolescencia, sin duda, pero también algunos años antes—, cuando el sentido de la “justicia” se encuentra en los chicos rígidamente asentado, sobre-desarrollado… y dispuesto a enjuiciar con excesiva dureza a los demás.

    ¡Produce pasmo ver hasta qué extremos puede ser feroz y despiadado el juicio de un crío o una cría! Y, no obstante, no debería asombrarnos. Como decía Tomás de Aquino, cuando falta la misericordia, la justicia se convierte en crueldad.

4. Para ser padres ejemplares

    Para evitar que esto pudiera suceder, o, dicho en positivo, si queremos ser unos padres ejemplares, que enseñen y arrastren, existe un precepto cuya importancia resulta imposible exagerar y al que, por eso, acudiré más de una vez.

    El mejor modo de mantener y fomentar la armonía de un hogar y el crecimiento de los hijos consiste en:

      a) Reducir cuanto se pueda el número de normas por las que se rige su conducta: «tantas como sea necesario y tan pocas como sea posible», sugiere Murphy-Witt.

      b) Hacer que esos criterios fundamentales respondan a la verdad y la bondad objetivas, a lo que en sí mismo es bueno o malo, y no a preferencias o caprichos de los cónyuges. Por consiguiente, esos preceptos han de cumplirlos tanto los padrescomo los hijos: también, para no andarme por las ramas, el empleo de la tele, del ordenador, los móviles y aparatos similares; la visión de determinados programas, el-uso-y-no-abuso de bebidas alcohólicas o de caprichos culinarios; o, con los matices imprescindibles, la hora de volver a casa y de acostarse.

      c) Lograr que en todo lo demás se respete exquisitamente la libertad y la iniciativa de los chicos —igual que, antes, las del cónyuge—, aunque el modo como actúen, siempre que sea éticamente lícito, choque frontalmente con las preferencias del padre o de la madre, que, como vengo repitiendo, no deberían contar para nada.

5. Estabilidad

    Insisto ahora en que, a pesar de lo que a veces pensemos y de lo que imponen ciertas modas ya un tanto desfasadas, los niños y adolescentes —más todavía que los adultos— necesitan de forma imperiosa unos puntos de referencia estables y sólidos. De lo contrario, se tornan inseguros, vacilantes e indecisos, además de sufrir inútilmente.

    Establecer esos hitos es tarea de los padres, que siempre deben determinarlos en función de la realidad: del bien y de la verdad objetivos, de lo que redunda en real beneficio de todos, porque les enseña a amar mejor, estando más atentos al bien de los demás que al propio.

    De lo contrario, según recuerda Murphy-Witt, las presuntas normas fluirán continuamente, al vaivén del humor y de la mejor o peor forma en que se encuentren los padres. Y los niños nunca sabrán a qué atenerse: en lugar de contar con criterios objetivos de conducta, se verán sometidos al antojo de los adultos.



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